martes, 7 de febrero de 2012

Mensajes Recurrentes

No vengo hace mucho, pero hoy quería compartir ese excelentísimo cuento del gran Cortázar, que me leyeron en un curso de psicoanálisis muy acertadamente. Por ahora no voy a agregar nada, porque ¿qué puedo agregar yo a las palabras de Julito?

Mensajes Recurrentes
Julio Cortázar

La tercera vez que al encender un cigarrillo abrió al revés la caja de fósforos y éstos se desparramaron por el suelo con el minucioso desorden que caracteriza a tan útiles objetos en esas circunstancias, Polanco comprendió que algo grave le pasaba y que haría bien en consultar al psicoanalista. Lo detuvo la sospecha apenas defendible de que ese gesto inconsciente encubriera una voluntad de mensaje, una escritura incapaz de valerse de los medios colectivos de expresión. Por eso, la cuarta vez que abrió al revés la caja de fósforos, y pasado el primer  momento de malestar y casi de horror, Polanco se decidió a examinar con cuidado los fósforos caídos en el suelo del café «Las Torcazas». Sin buscar enngañarse o más bien tendiendo a la desconfianza, reconoció sin embargo que dieciocho de los cincuenta y nueve fósforos emanados de la caja componían con manifiesto desaliño la palabra Manolita. Había además el comienzo o el final de otra palabra, a cargo de veinte fósforos, pero era difícil decidirse entre espera y franela; para peor los clientes del café no habían tardado en amontonarse en torno a las criptografías y se  herniaban de risa so pretexto de que Polanco tardaba en recoger los fósforos y parecía como dormido. En realidad Polanco estaba al borde del desmayo, porque aunque no conocía a ninguna Manolita, cinco años  atrás en Carrasco había jugado en la playa con una uruguayita rubia que se llamaba Lita, y hasta había pensado en pedir su mano, idea que le duró lo que dura un lirio; ahora de golpe todo reaparecía fosforescentemente, si cabe la figura: Lita, la mano de Lita, la alusión a los juegos acuáticos  resumidos más bien estúpidamente en la palabra olita, de donde Manolita y también, evidentemente, franela, porque de eso había habido bastante, e incluso espera, largas esperas de noche en las esquinas por donde ella vivía entre pinares, antes de que les pasara esa frecuente pero siempre disimulada cosa que llaman incompatibilidad, con el subsiguiente púllman de vuelta a Montevideo y vapor de la carrera.
- Rejuntá lo fofo, crosta - le decían los muchachos que en el fondo apreciaban a Polanco.

«Yo ahora tendría que viajar a Carrasco» , pensaba Polanco, lúgubre.